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El cuidado de la salud de Santa Hildegarda de Bingen

Par Sophie Archambault

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22 mayo 2024

Foto de Sophie Archambault

En este libro, publicado en 2012, Daniel Maurin retoma las recomendaciones para la salud de Hildegarda de Bingen, una monja vanguardista del siglo XII. Los consejos de esta religiosa son hoy reconocidos por numerosos médicos. No deja de asombrarnos la exactitud de las palabras de esta santa que extraía sus conocimientos de revelaciones divinas.

Hildegarda de Bingen fue una monja, compositora, escritora, mística y filósofa del siglo XII más conocida por sus aportaciones en diversos campos, como la música, la medicina, la teología y la literatura. Ejemplo de mujer intelectual y creativa de la Europa medieval, destaca por sus visiones místicas, que la acompañaban desde los tres años.

A los cuarenta y tres años, esta monja y abadesa benedictina, decide compartir sus conocimientos, que le vienen directamente de Dios, a través de la escritura, pues Dios la anima a difundir sus visiones divinas: “¡Escribe lo que yo te diga!” [1] Al escribir varios manuales médicos, naturalistas y teológicos, la religiosa nos dio una visión detallada de las enseñanzas de Dios, dándole acceso a

 

esta visión del Hombre como un todo (cuerpo, mente y alma), [que] [la condujo] a las fuentes de la salud.

(p. 13)

 

Para Hildegarda de Bingen, cuidar de nuestro cuerpo es indispensable para su salvación y vida en el reino celeste y, sobre todo, para honrar el acto de amor incondicional de Dios: la Encarnación, que nos limpió de todos nuestros pecados. Los escritos de Hildegarda de Bingen conceptualizan la salud humana de forma holística, ya que, para avanzar hacia Dios, necesitamos armonizar los distintos aspectos de nuestra vida: nutriendo adecuadamente al cuerpo, fomentando emociones positivas en la mente y cultivando nuestra vida espiritual en relación con el cosmos.

La mujer mística está claramente más preocupada por la prevención que por la curación. Por ello, sus consejos se adaptan especialmente bien al hombre moderno quien, “a la vez carente y sobrecargado por una alimentación inadecuada, [está] en busca de remedios sin efectos secundarios nocivos”. (p. 12)

 

La simbiosis de cuerpo, mente y alma

 

Para Santa Hildegarda de Bingen, la salud es un concepto global que afecta a todo el ser humano. Por eso, alimentar bien el cuerpo significa también cuidar del alma y del espíritu. La salud corporal (necesariamente limitada en el tiempo, ya que la envoltura carnal es mortal) es tanto más propicia a la santidad, “que no es otra cosa que la salud del alma” (p. 43). Si una alimentación adecuada contribuye a una transformación fisiológica al favorecer la renovación celular y de los tejidos, esta metamorfosis se revela también a nivel psíquico y espiritual al eliminar el exceso de bilis negra[2] que genera la melancolía, otorgando así al ser humano una existencia distinguida por la alegría de vivir. Esto se debe a que,

 

los alimentos que sólo tienen buenas propiedades son equilibrados, no generan “melancolía”, sino que contribuyen eficazmente a purificar nuestro estado de ánimo y a mantenerlo limpio. […] Son, por tanto, néctares que nutren nuestro cuerpo en su dimensión más sutil, al tiempo que deleitan nuestra alma.

(p. 52)

 

Mediante un estilo de vida dietético basado principalmente en el consumo de espelta, hinojo, avena, castañas, fruta, pollo y productos lácteos (entre otros), Santa Hildegarda de Bingen propuso una dieta que reducía considerablemente la producción de colesterol, ácido úrico y sustancias impuras que pueden provocar enfermedades crónicas. Una persona libre de patologías causadas por una mala alimentación puede entonces “mantener [su] cuerpo en tal pureza que pueda servirle fielmente y, más aún, hacerse transparente a la vida divina que brota del corazón de [él mismo]” (p. 51).

 

El término medio áureo

 

La monja es una adepta del término medio áureo, que también es sentido común. De hecho, el plan dietético sugerido encuentra su eficacia en las leyes del equilibrio que constituyen la salud humana integral. Santa Hildegarda de Bingen sugiere “una doble exigencia, en todos los aspectos de la vida: nutrir sin sobrecargar. Esto se aplica a nuestra forma de comer, a nuestra vida psicoafectiva y a nuestra vida espiritual”. (p. 75) Mientras que nuestros cuerpos terrenales se deleitan naturalmente con los placeres gastronómicos, necesitamos encontrar un término medio en nuestras prácticas alimentarias que satisfaga los deseos del cuerpo y, al mismo tiempo, ayude al alma a elevarse hacia Dios.

Para lograrlo, no es necesario recurrir al ascetismo ni a dietas drásticas. Al contrario, Santa Hildegarda de Bingen reitera las ventajas del ayuno[3] ocasional, que puede adaptarse a las necesidades individuales, para acompañar y reforzar los beneficios del plan dietético. Esto “no crea sensación de hambre o carencia” (p. 79), sino que regula el inevitable (¡y normal!) exceso de comida. A su juicio, el ayuno es un medio suplementario para curar el organismo y prevenir posibles enfermedades, ya que durante esta privación parcial de alimentos -que, conviene recordar, tiene su parte de inconvenientes (dolores de cabeza, granos, etc.)- “los órganos se regeneran y rejuvenecen profundamente, fortalecidos en su vitalidad original” (p. 79), lo que permite enriquecer considerablemente el alma y el espíritu.

Hildegarda de Bingen, lejos de irse a los extremos, promueve, como dice el famoso refrán, los beneficios de una mente sana en un cuerpo sano. Los consejos alimenticios de la mística, sorprendentemente adaptados al hombre moderno, brindan a todos la oportunidad de fortalecer su relación con Dios purificando las sustancias malsanas del cuerpo. La interdependencia de las características que componen al ser humano en su totalidad hace que el reposo en Dios facilite tanto más afrontar los retos terrenales. Por tanto, es anclándonos en este equilibrio entre cuerpo y alma como podemos desarrollar plenamente nuestras cualidades espirituales.

 

Notas :

 

[1] Hildegarda de Bingen, Le Livre des Œuvres Divines, Paris, Albin Michel, 1989, p. 4

[2] La bilis negra es un concepto médico que se remonta a la antigüedad y forma parte de la teoría de los humores. Según esta teoría, el cuerpo humano se compone de cuatro humores básicos: sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema. Cada uno de estos humores está asociado a determinados rasgos de la personalidad y a desequilibrios que pueden causar enfermedades. Por ejemplo, un exceso de bilis negra provoca tristeza, depresión y melancolía.

[3] Aunque los beneficios fisiológicos del ayuno intermitente están ya reconocidos por la ciencia, todavía hay muy pocos estudios sobre su uso en determinadas poblaciones, como niños, ancianos y personas con bajo peso. Sea cual sea la situación, conviene consultar a un médico o nutricionista antes de embarcarse en un proceso dietético de este tipo.

 

ACERCA DE SOPHIE ARCHAMBAULT

Estudiante del Máster en estudios literarios, Sophie lee y escribe para entender mejor al ser humano, la sociedad, pero sobre todo al mundo en el que vive. Noctámbula, sus lecturas nocturnas sobre la espiritualidad y los fenómenos religiosos han acrecentado su interés por el concepto de lo sagrado. Amante de la naturaleza y sus peligrosas bellezas, la mitología, la historia del arte y todo lo que requiere creatividad, Sophie gusta de encontrarse a sí misma a través de estas pasiones para luego abrirse al mundo que la rodea.

 

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.

 

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